lunes, 17 de octubre de 2011

Paño con saliva

- Te digo que vamos a ir y punto
- Pero si te estoy diciendo que no quiero ir
- Vamos a ir, no hay nada más que decir
- Puta la wea

Y te sientes como cuando tenias cinco años y tu mama te pasaba el paño con saliva por el rostro y lo restregaba hasta dejar ese olor a saliva, seca e impregnado en tu piel, con una adherencia que ni el más fino de los perfumes podría igualar, alias putrefacto. No solo conforme con eso te colocaban la ropa dominguera y salías con tus shorts sobre la rodilla y las calcetas hasta la misma, peinado a la gomina y con retoques, nuevamente con saliva, en tu cabello (nótese la afición de las madres por la saliva).
Volviendo a la actualidad, te arreglas acorde a la situación y eliges tu ropa lo más cómodo posible y a tu total gusto, porque visto desde una nueva perspectiva, tu rebeldía consiste en elegir tu ropa, pero subconscientemente sigues eligiendo los short sobre la rodilla y las calcetas hasta la misma y eso ocurre porque nada ha cambiado, pasas de una jefa impuesta a una elegida. Y cuando preguntan ambas si quieres ir, en el fondo, pero nunca tan en el fondo, se traduce en que debes ir. Asistes a tu paseo dominical con cara de alegría con tensión en la mandíbula de toda esa sonrisa nerviosa obligada, si te comportas bien puede que tengas un espacio en sueños para dominar y dirigir a tu gusto.